Se suele decir que la vida humana está basada en tres grandes ilusiones: La ilusión del amor romántico, la ilusión del libre albedrío y la ilusión del yo. Seguramente somos más proclives a pensar que la primera, la ilusión del amor romántico, es la más merecedora de nuestro escepticismo; con respecto a la segunda, la ilusión del libre albedrío, muy probablemente las opiniones se dividirán y el resultado no será el mismo si lo hacemos dependiente de la definición de qué es el libre albedrío.
Hoy voy a ocuparme de la tercera, la ilusión del yo, que es probablemente la experiencia que nos hace más humanos y para la que más difícil parece encontrar algún sustrato cerebral. El año pasado, en este mismo lugar decía que nada de la naturaleza permanece constante y, sin embargo, tenemos la sensación subjetiva de que somos los mismos en cuerpo y mente desde la niñez hasta la senectud.
Como decía Platón en "Cratilo": "¿Cómo, pues, atribuir el ser a lo que no está nunca en el mismo estado?". Y en otro lugar, en "Teeteto": "Todo lo que nosotros decimos que es, es un resultado de la traslación de la mezcla del movimiento mutuos; de ahí que nuestra afirmación sea falsa, porque nada es jamás, sino que siempre está en devenir". El pasaje más extenso y concreto se encuentra en "El Banquete" en donde Platón dice: "La naturaleza mortal busca en lo posible existir siempre y ser inmortal. Y solamente puede conseguirlo con la procreación, porque siempre deja un ser nuevo en el lugar del viejo. Pues ni siquiera durante este período en que se dice que vive cada uno de los vivientes y es idéntico a sí mismo, reúne siempre las mismas cualidades; así, por ejemplo, un individuo desde su niñez hasta que llegue a viejo se dice que es la misma persona, pero a pesar de que se dice que es la misma persona, ese individuo jamás reúne las mismas cosas en sí mismo, sino que constantemente se está renovando en su aspecto y destruyendo en otro, en su cabello, en su carne, en sus huesos, en su sangre y en la totalidad de su cuerpo. Y no solo en el cuerpo, sino también en el alma, cuyos hábitos, costumbres, opiniones, deseos, placeres, penas, temores, todas y cada una de estas cosas, jamás son las mismas en cada uno de los individuos, sino que unas nacen y las otras perecen. Pero todavía mucho más extraño es el hecho de que los conocimientos no solo nacen unos y perecen otros en nosotros, sino que también le sucede a cada uno de ellos lo mismo".