"La adicción a la prisa nos impide ser felices". Entrevista a Carl Honoré, historiador, padre del movimiento "slow".
Tengo 45 años. Escocés. Vivo en Canadá. Casado, dos hijos. Licenciado en Historia Moderna, vivo de mis libros, conferencias y artículos. Gracias a la crisis estamos en tiempo de reflexión, de forjar un modelo nuevo más sostenible y solidario, menos superficial. Creo en la humanidad.
Entrevistador: ¿Por qué se puso a investigar sobre el tiempo?
Carl Honoré: Fue un momento epifánico: una noche, a la hora de la lectura del cuento, mi hijo pequeño me preguntó: "Papá, ¿por qué esta vez sólo hay tres enanitos?".
E: ¿.......?
C. H.: Me saltaba líneas, párrafos y capítulos porque siempre tenía prisa. Es una triste realidad muy extendida. Yo me di cuenta de que había perdido la brújula y que debía reconectar con mi tortuga interior. Como periodista, quise entender mi adicción a la prisa y me puse a investigar en todos los campos.
E: ¿Y descubrió que la prisa mata?
C. H.: Mata, nos lleva a cometer errores, nos roba nuestro tiempo y nos impide ser felices. Vivimos en la hiperactividad y la hiperestimulación, y eso nos resta capacidad de gozo, de disfrute, de acceder al placer de cada momento. Mire qué bonito día hace.
E: Precioso, sí
C. H.: ¿Dará un paseo y comerá en una terraza al sol, o lo hará rápidamente en la oficina para poder ir al gimnasio?
E: Es una opción bastante común.
C. H.: A mí eso del gimnasio me parece una metáfora del mal uso del tiempo. Podemos encontrar momentos de ejercicio mucho más sanos y agradables que estar encerrados en una jaula tecnológica con música, pantallas y sudor ajeno; peo somos adictos a las soluciones rápidas y empaquetadas.
E: ¿Por qué hacemos eso?
C. H.: La industrialización trajo la idea de que el tiempo es oro y empezamos a contar minutos y a darles un valor económico. El tiempo se asoció al dinero y eso no nos deja vivir.
E: El tiempo vuela......
C. H.: Las soluciones rápidas conllevan errores que luego hay que subsanar con más tiempo y más dinero.
E: Pero insistimos......
C. H.: Sí, porque por cada hallazgo, por cada solución rápida, por esos pequeños triunfos, recibimos una descarga química; eso, unido a que estar ocupado y estresado, es signo de prestigio, lleva a que literalmente nuestra relación con el tiempo nos haga infelices. Debemos aprender de nuevo la lentitud.
E: Primero habrá que valorarla.
C. H.: No hay más que informarse: Todas las grandes ideas son el resultado de horas en soledad mirando el cielo, pensando y planificando. Cuando surge la chispa, esa brillante intuición no es más que el resultado de tu base de datos, de relacionar una idea con otra.
E: Entiendo.
C. H.: Las investigaciones sugieren que se requieren diez mil horas de práctica para dominar una disciplina hasta el punto de poder dar los saltos intuitivos que diferencian a los mejores de los mediocres.
E: Me está hablando de dedicar horas.
C. H.: Le estoy diciendo que son los detalles ínfimos y cotidianos los que marcan la diferencia, y para percibirlos y trabajarlos, nuestro objetivo ha de ser a largo plazo.
E: ¿Pensar en lo pequeño para llegar a lo grande?
C. H.: Para llegar a lo óptimo. Si no tiene tiempo de hablar con su pareja, de jugar y reír con sus hijos, ¿qué relación espera tener? Si en general dedicamos más tiempo a mirar la tele que a mirarnos a los ojos, ¿espera que la pasión se instale en su vida? ¿Qué cree que lamentará más su marido, haberse perdido partidos del Barsa o no haber amado más profundamente?
E: Entiendo
C. H.: John Wooden, considerado uno de los mejores entrenadores de la historia del deporte universitario, batió el record al ganar diez campeonatos de la NCAA en diez años.
E: ¿Cómo lo hizo?
C. H.: Enseñaba a sus jugadores a ponerse los calcetines, cómo enrollarlos, meter la punta del pie e ir desenrollándolos.
E: ¿......?
C. H.: Decía que los calcetines arrugados causan ampollas que afectan al rendimiento, pero sobre todo que la atención a los pequeños detalles que pasan inadvertidos es la diferencia entre ser campeones y casi campeones.
E: ¿Qué me aconseja para ser una campeona del buen rollo?
C. H.: Acepte la incertidumbre, que es consustancial a la vida y que en esta sociedad llevamos muy mal. Reconozca las equivocaciones, porque eso permite cambiar la óptica y encarar el mundo con más frescura intelectual. Y, sobre todo, juegue.
E: ¿A qué?
C. H.: A explorar sin prejuicios. Hoy la ciencia nos dice que el juego puro nos reorienta el cerebro y nos provoca una expansión de creatividad. Es otra manera de pensar que nos conecta con el otro para argumentar, desafiarnos, crear.
E: Requiere esfuerzo.
C. H.: Buscamos atajos que tratan los síntomas del problema en vez de la causa y queremos que la solución nos entregue un punto final, pero para los problemas complejos no hay punto final.
E: Su música de fondo es el tictac, tic.....
C. H.: Gracias a las nuevas neurociencias sabemos que simplemente mirando un reloj al ser humano le entra angustia. Yo lo he desterrado.
Hace una década publicó Elogio a la lentitud, un superventas internacional que se convirtió en el manifiesto del movimiento slow y que dio origen a un sinfín de movimientos: desde la comida lenta, las ciudades lentas o el sexo lento hasta el club de la pereza, en Japón. Ahora, con La lentitud como método (RBA) quiere pasar de la filosofía y los estudios científicos y sociales a ofrecer herramientas para ser eficaz y vivir mejor en un mundo veloz. La gran revolución del siglo XXI será pasar de hacer las cosas lo más rentable y rápido posible a hacerlas lo mejor posible y pensando a largo plazo; y es aplicable a todo: planeta, política, trabajo, salud, relaciones, sexo........
E: ¿Por qué hacemos eso?
C. H.: La industrialización trajo la idea de que el tiempo es oro y empezamos a contar minutos y a darles un valor económico. El tiempo se asoció al dinero y eso no nos deja vivir.
E: El tiempo vuela......
C. H.: Las soluciones rápidas conllevan errores que luego hay que subsanar con más tiempo y más dinero.
E: Pero insistimos......
C. H.: Sí, porque por cada hallazgo, por cada solución rápida, por esos pequeños triunfos, recibimos una descarga química; eso, unido a que estar ocupado y estresado, es signo de prestigio, lleva a que literalmente nuestra relación con el tiempo nos haga infelices. Debemos aprender de nuevo la lentitud.
E: Primero habrá que valorarla.
C. H.: No hay más que informarse: Todas las grandes ideas son el resultado de horas en soledad mirando el cielo, pensando y planificando. Cuando surge la chispa, esa brillante intuición no es más que el resultado de tu base de datos, de relacionar una idea con otra.
E: Entiendo.
C. H.: Las investigaciones sugieren que se requieren diez mil horas de práctica para dominar una disciplina hasta el punto de poder dar los saltos intuitivos que diferencian a los mejores de los mediocres.
E: Me está hablando de dedicar horas.
C. H.: Le estoy diciendo que son los detalles ínfimos y cotidianos los que marcan la diferencia, y para percibirlos y trabajarlos, nuestro objetivo ha de ser a largo plazo.
E: ¿Pensar en lo pequeño para llegar a lo grande?
C. H.: Para llegar a lo óptimo. Si no tiene tiempo de hablar con su pareja, de jugar y reír con sus hijos, ¿qué relación espera tener? Si en general dedicamos más tiempo a mirar la tele que a mirarnos a los ojos, ¿espera que la pasión se instale en su vida? ¿Qué cree que lamentará más su marido, haberse perdido partidos del Barsa o no haber amado más profundamente?
E: Entiendo
C. H.: John Wooden, considerado uno de los mejores entrenadores de la historia del deporte universitario, batió el record al ganar diez campeonatos de la NCAA en diez años.
E: ¿Cómo lo hizo?
C. H.: Enseñaba a sus jugadores a ponerse los calcetines, cómo enrollarlos, meter la punta del pie e ir desenrollándolos.
E: ¿......?
C. H.: Decía que los calcetines arrugados causan ampollas que afectan al rendimiento, pero sobre todo que la atención a los pequeños detalles que pasan inadvertidos es la diferencia entre ser campeones y casi campeones.
E: ¿Qué me aconseja para ser una campeona del buen rollo?
C. H.: Acepte la incertidumbre, que es consustancial a la vida y que en esta sociedad llevamos muy mal. Reconozca las equivocaciones, porque eso permite cambiar la óptica y encarar el mundo con más frescura intelectual. Y, sobre todo, juegue.
E: ¿A qué?
C. H.: A explorar sin prejuicios. Hoy la ciencia nos dice que el juego puro nos reorienta el cerebro y nos provoca una expansión de creatividad. Es otra manera de pensar que nos conecta con el otro para argumentar, desafiarnos, crear.
E: Requiere esfuerzo.
C. H.: Buscamos atajos que tratan los síntomas del problema en vez de la causa y queremos que la solución nos entregue un punto final, pero para los problemas complejos no hay punto final.
E: Su música de fondo es el tictac, tic.....
C. H.: Gracias a las nuevas neurociencias sabemos que simplemente mirando un reloj al ser humano le entra angustia. Yo lo he desterrado.
Hace una década publicó Elogio a la lentitud, un superventas internacional que se convirtió en el manifiesto del movimiento slow y que dio origen a un sinfín de movimientos: desde la comida lenta, las ciudades lentas o el sexo lento hasta el club de la pereza, en Japón. Ahora, con La lentitud como método (RBA) quiere pasar de la filosofía y los estudios científicos y sociales a ofrecer herramientas para ser eficaz y vivir mejor en un mundo veloz. La gran revolución del siglo XXI será pasar de hacer las cosas lo más rentable y rápido posible a hacerlas lo mejor posible y pensando a largo plazo; y es aplicable a todo: planeta, política, trabajo, salud, relaciones, sexo........
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