¿Quién muere?
Emocionante texto de Stephen Levine sobre la vida, la
muerte y la auto – observación. Levine aporta una visión conmovedora, expresada
desde lo más profundo del corazón.
Vamos por la vida
pretendiendo ser reales. Desde cada esquina nos repiten que se espera que
seamos “buenos ciudadanos”, que seamos alguien de mérito. Nos sentimos
aliviados porque nadie parece darse cuenta de que apenas existimos, de que
somos únicamente un pensamiento aquí y allá, con algunos sentimientos que
flotan a través suyo, unos pocos marcos de recuerdos de colores marchitos por
el tiempo, un cosquilleo en la yema de los dedos, un desconcierto de deseos y
creencias enfrentados. Y seguimos bravamente fingiendo, sin podernos creer que
nadie se dé cuenta de nuestro ardid. Personificamos lo que imaginamos que debe
ser un ser humano “sólido” y seguimos adivinando y fijándonos en los otros
actores. Todos nos parecen más reales que nosotros mismos, con lo que en medio
de nuestro conflictivo condicionamiento nos preguntamos cómo este revoltijo tan
indómito va a hacer frente a la muerte, y mucho más a lo que hay después de la
muerte.
Tememos no ser lo
suficientemente reales para morir, así que empezamos a investigar lo que
realmente debería ser la vida. Nos volvemos hacia dentro y, como principiantes
absolutos, sin dar nada por supuesto ni aceptar nada de segunda mano, entramos
en el flujo de nuestra conciencia para ver quién está pensando todo esto y
quién es el que observa.
Y nos dedicamos a examinar
todo como el científico ideal con su mente perfecta de “no sé”, sin ideas
preconcebidas, abiertos a cualquier posibilidad y siendo completamente
vulnerables a la verdad. Una de las primeras creencias con la que nos topamos
es que la única razón por la que imaginamos que morimos es porque estamos
convencidos de que hemos nacido. ¡Pero no podemos fiarnos de lo que solo
sabemos de oídas! Tenemos que descubrirlo nosotros mismos ¿Hemos nacido? ¿O tal
vez nació únicamente el vaso en el que reside momentáneamente nuestra
eternidad? ¿Qué es lo que nació? ¿Y quién muere?
Cuando miramos el contenido
de la conciencia por la que nos definimos, descubrimos que nada dura mucho
tiempo. No hay pensamiento que hayamos tenido y que no tuviera su principio, su
desarrollo y su final. Todo lo que hay en la conciencia está constantemente
muriendo y volviendo a nacer. Un pensamiento se disuelve en otro. Un
sentimiento evoluciona hacia el siguiente. Parece que nada es permanente, que
no hay nada que no esté muriendo en este momento. Y en medio de esa impermanencia
nos preguntamos si hay algo lo bastante permanente para sobrevivir a la muerte.
La vida dura tan solo un
instante. Luego surge un instante nuevo y se disuelve en el flujo. Vivimos
nuestra vida momento a momento sin saber qué es lo que nos traerá el instante
siguiente. Pero entonces algo capta nuestra atención. Nos damos cuenta de que
todas las experiencias de nuestra vida han sido impermanentes, excepto una. Que
hay una espaciosidad que no cambia en la que flotan todos nuestros cambios. ¿Cómo
hemos podido pasar por alto lo que es tan obvio? Desde el momento en que somos
conscientes de que somos conscientes, ya sea al mamar, o en el útero materno, o
anteayer, ha habido algo constante a pesar de cualquier otra cosa que
sucediera. Ha habido una sensación consistente de simplemente ser. No ser
“esto” o “aquello”, sino la esencia en la que no podemos evitar que
desaparezcan nuestros apreciados estos y aquellos. De hecho, esta sensación
subyacente de ser, está presente como nosotros mismos, y no cambia desde el nacimiento
hasta la muerte. Es el zumbido constante de ser en nuestras células siempre
cambiantes. Cuando miramos directamente a esta sensación de ser, cuando
entramos en ella, cuando nos instalamos cómodamente en su interior, descubrimos
que es infinita. Si nos preguntamos si esta sensación de ser tiene un comienzo
y un final, si nació y es capaz de morir, sólo podemos responder que es posible
que hayamos estado antes muy mal informados sobre la naturaleza inmortal de
nuestra esencia, que las noticias de nuestra muerte han sido considerablemente
exageradas, como decía Huckleberry Finn.
No trate de ponerle ningún
nombre: sólo serviría para desencadenar otra guerra santa. Por eso algunos la
llaman lo Innombrable. Es pura atención antes de que la conciencia empiece a
agitarse. Es el espacio que hay entre los pensamientos. Es el océano en el que
flotan nuestras pequeñas burbujas. Es lo que no tiene forma y de quien depende
la forma, lo inmortal que muere una y otra vez para demostrar que nunca muere.
Nos han enseñado que
necesitamos nuestro cuerpo para existir, pero es justamente al contrario.
Cuando quienes realmente somos se despide de quien pensamos que somos, el
cuerpo se colapsa y se convierte inmediatamente en un residuo del que hay que
deshacerse. Es lo más avanzado en lo que se refiere a la conservación natural,
en la que se desecha el contenedor, pero se recicla el contenido.
Todo lo que puede morir,
muere. Lo que no puede morir, no muere. Descubra usted mismo cómo aplicar la
enseñanza de todos y cada uno de los aspectos del ser y cómo integrar el
conjunto en un corazón que se preocupa y que sirve. Lo que es impermanente
produce compasión. Lo que no lo es, produce sabiduría.
¿Qué le hace creer que nació
y qué le hace creer que morirá? Observe estos pensamientos con cuidado y vea la
enormidad en la que se despliegan.
Nos hemos vuelto locos buscando
un centro sólido que no existe. Nuestro centro es el vasto espacio. No hay nada
que muera y nada sobre lo que pueda dejar su sombrero.
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