Observar sin reaccionar
Isabel S. Larraburu, autora del libro Atención Plena, psicóloga, licenciada por la Universidad de Barcelona.
El objetivo de la meditación es la
transformación personal. El yo que inicia la experiencia meditativa no
es el mismo que la termina. La experiencia cambia el carácter mediante
un proceso de sensibilización que nos hace más atentos a nuestros
pensamientos, palabras y actos. Con ella la arrogancia se evapora, los
antagonismos se secan y la mente se torna calmada y quieta. La vida se
asienta. Por eso la meditación hecha correctamente nos prepara para
afrontar las subidas y bajadas de la vida, reduce la tensión, el temor y
las preocupaciones. Se calma la agitación y la pasión se modera. Las
cosas empiezan a situarse en el lugar que les corresponde y la vida
flota en vez de hundirse. Todo esto sucede por medio de la comprensión y
el discernimiento.
La meditación agudiza el poder de
concentración y raciocinio. Paso a paso se hacen claros los propios
motivos y mecanismos subconscientes, la intuición se desarrolla, la
precisión del pensamiento se afina y gradualmente se llega al
conocimiento de las cosas y como son en realidad, sin prejuicios ni
espejismos. ¿Y todo esto es razón suficiente para realizar el esfuerzo
de meditar? En realidad, todo lo anterior solo son promesas escritas en
un papel. Solo hay una manera de saber si la meditación vale la pena:
aprender a hacerla correctamente y practicarla. Verlo por uno mismo.
HENEPOLA GUNARATANA
La meditación atenta tiene como objetivo
la optimización gradual de la atención aplicada a todos los aspectos de
la existencia. Actúa como un entrenamiento en sensibilidad que acentúa
la receptividad y atempera la reactividad al proceso cambiante de la
vida. Esto requiere que utilicemos todos los sentidos de un modo
entregado y total, que nos hagamos conscientes de nuestros sentimientos y
pensamientos y que dejemos que estos se manifiesten tal como vienen;
que nos propongamos erosionar poco a poco nuestras respuestas
condicionadas hasta liberar totalmente la mente. Hablamos de un camino
racional y paciente.
Cuando se adquiere la capacidad de
observar cualquier sensación sin reaccionar ante ella, la mente empieza
instintivamente a franquear la realidad aparente del dolor hasta
alcanzar su naturaleza sutil. Se empieza a entender que lo que es real
son las vibraciones que se activan y cambian de forma a cada instante.
Del mismo modo, se adquiere la conciencia de que todo evento es efímero y
que a su final siempre surge algo nuevo. A esta única constante, que es
el cambio, se la llama impermanencia en términos de la filosofía
budista. Cuando finalmente se experimenta la realidad, la conciencia de
que todo es fugaz permite apreciar la futilidad del apego y se alcanza
la liberación del sufrimiento.
Entre las derivaciones secundarias de
practicar la meditación atenta se encuentran la relajación mental y la
extinción de las viejas reacciones atesoradas por la memoria. Observando
con atención todo lo que ocurre y manteniendo la ecuanimidad se logra
que las reacciones habituales acumuladas se vayan haciendo conscientes
una tras otra y se vayan debilitando paulatinamente. Así es como la
mente se reprograma a sí misma permitiéndose actuar con plena conciencia
en lugar de reaccionar automáticamente frente a los acontecimientos
vitales. Al observar de frente la escena, la reacción se atenúa.
Limitándonos a advertir, sin más, la sensación que nos llega, esta no se
intensifica, con lo cual impedimos que se acabe convirtiendo en el
desasosiego propio del deseo y la aversión. Tampoco se transformará en
una emoción intensa que pueda llegar a dominar la mente consciente. Una
vez obtenido esto, la sensación decae y desaparece, permitiéndonos
hacernos menos vulnerables y más impermeables al malestar.
Aunque al principio esta conciencia se
logra solo por unos breves instantes, esos momentos son muy poderosos
porque ponen en marcha un proceso irreversible hacia la serenidad. Poco a
poco, con la práctica, los segundos se convierten en minutos y los
minutos en horas hasta que finalmente queda erradicado el viejo hábito
de reaccionar y la mente permanece siempre en paz. Esta es la fórmula
del equilibrio cuerpo/mente.
Existen infinidad de datos que nos pasan
inadvertidos en el vivir diario. La práctica de la meditación atenta
nos exige darnos cuenta de todo, incluso del hecho de que no estamos
atentos. Algunos autores como Daniel J. Siegel, neuropsiquiatra y autor
del libro The Mindful Brain, llaman a este fenómeno “atención a la atención” (awareness of awareness).
La autovigilancia de nuestra percepción mediante la meditación atenta o
atención plena conduce al descubrimiento personal, así como a un
conocimiento más preciso de lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.
Es una investigación participativa por la cual observamos todo con
precisión en el mismo momento en que está sucediendo. Pero para verlo
todo sin engañarnos tenemos que “desaprender” prejuicios, teorías y
estereotipos que interfieren la visión. También es necesario fijarnos en
los automatismos que utiliza constantemente el cerebro cuando echa mano
de los contenidos fácilmente disponibles de la memoria que hacen
nuestra vida más cómoda. El neurocientífico Francisco Traver sostiene
que “la meditación es más un desaprender que un aprendizaje mediante el
cual puede alcanzarse una determinada maestría o excelencia. En
realidad, meditar es una forma de conseguir llevar mente y cuerpo al
mismo paso, alinearlos. No se trata de aprender a tocar el instrumento,
sino de afinar ese mismo instrumento”.
Todo aquello que miramos con atención
pasa por un filtro que nos ayuda a decidir libremente qué queremos
desaprender. Para eso tenemos que contemplar todas las situaciones como
si fuera la primera vez. Con mirada ingenua. Esto implica un esfuerzo
porque, como hemos dicho antes, ignoramos muchos estímulos de nuestras
experiencias y utilizamos bloques de datos solidificados en la memoria
que se han ido transformando en objetos mentales. Esos bloques prêt á porter
nos son útiles, sin duda, para procesar la información de un modo más
rápido y no tener que buscar en la memoria numerosos detalles. Pero la
contrapartida es que pensamos y actuamos de manera mecánica y
preprogramada. Ni somos libres ni somos inteligentes. Usamos datos sin
revisar, o copiamos ideas y soluciones de otros sin una validación
puesta al día. Por eso, unos de los beneficios más importantes de la
meditación es la habilidad de evaluar con agilidad y eficacia los hechos
en cada momento, tal como se presentan. De este modo, nuestra
preparación para cualquier adversidad puede ser inestimable, ya que la
atención está entrenada para apuntar el foco y para conmutar con total
precisión, concentración y eficiencia. Así, el primer paso es darnos
cuenta de lo que hacemos al tiempo que lo hacemos, pausándonos y
observando calladamente.
No es nuestro propósito la enseñanza de
la técnica de meditación. Para quienes estén interesados cuenta la
leyenda que el territorio de lo que actualmente es Myanmar, antigua
Birmania, fue destinado desde los tiempos de Buda a guardar la
Vipassana, considerada “gema preciada”. Se mantuvo intacta su técnica
hasta que, después de dos milenios y medio, regresó a la India para
difundirse desde allí a todo el mundo.
El industrial birmano laico N. S.
Goenka, coincidiendo con la leyenda, comenzó a divulgar la práctica de
la Vipassana en 1976. Aquejado de una incurable migraña, después de
acudir a las mejores clínicas de todo el mundo, le recomendaron que
probara una técnica de meditación que enseñaban algunos maestros
birmanos. Catorce años después se convirtió en maestro de Vipassana y
viajó a la India para enseñar esta técnica a sus padres y a un reducido
grupo de amigos, quienes a su vez quisieron que sus propios familiares
recibieran la misma instrucción de Goenka. Y allí comenzó la larga
cadena que ha llevado a diseminar el Vipassana por el territorio indio y
que ya ha comenzado a expandirse prácticamente por todo el mundo. Sus
cursos se imparten en muchos países con una duración de diez días.
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