lunes, 2 de marzo de 2015

Muy pocos adultos resistiríamos el test de TDAH de la OMS

Educación / Déficit de Atención
El autor del polémico libro «Volviendo a la normalidad» critica duramente el sistema de diagnóstico.

Marino Pérez - Catedrático de la Universidad de Oviedo
ABC

Después de su consolidación en la infancia, el TDAH se exporta ahora a la vida adulta. Esta es la denuncia que hace el catedrático en Psicopatología y Técnicas de la Intervención, Marino Pérez, en su libro «Volviendo a la normalidad» (Alianza Editorial). Para este especialista en Psicología Clínica y profesor de la Universidad de Oviedo, el trastorno carece de entidad clínica, pero la retórica utilizada y propagada consiste en decir que el TDAH «es un trastorno neurobiológico de origen genético, lo que ciertamente no está establecido, porque no hay pruebas clínicas que lo confirmen».

Pérez hace una crítica feroz al diagnóstico utilizado, que a su juicio «no tiene otros criterios que estimaciones subjetivas acerca de comportamientos de desatención e inquietud de los niños, cuyos comportamientos, por cierto, pueden deberse a una variedad de circunstancias, sin necesidad de etiquetarlos, ni a los niños ni a sus comportamientos. Por lo demás, el supuesto TDAH tampoco tiene base neurobiológica establecida, como hemos mostrado en nuestra última obra». Es más, denuncia, «los propios expertos que sostienen que el TDAH es una entidad clínica o una enfermedad, poco antes o después de decir eso en sus libros no dejan de reconocer que no se dispone de ningún “biomarcador”. Hasta los fabricantes de medicamentos reconocen en los prospectos que se desconoce la supuesta etiología del TDAH y que no existe ninguna prueba específica para su diagnóstico».
En «Volviendo a la normalidad» este especialista, junto a otros dos autores, particularmente pone en duda el sistema utlizado para diagnosticar el TDAH en personas mayores: «El test de la Organización Mundial de la Salud (OMS), por ejemplo, diagnostica el trastorno en adultos por la frecuencia con la que se cometen errores por falta de atención en tareas aburridas o la dificultad para concentrarse en algo monótono o que acaso no interesa. Muy pocos resistiríamos el test. Por más que se remita a "su médico" para una evaluación final, éste no dispone de otras pruebas clínicas que el reporte y la estimación. Puede encargar pruebas de neuroimagen (TC, RM, PET, etc.) o neurofisiológicas (EEG, ERP), pero carecen de utilidad para establecer un diagnóstico, al igual que cualquier batería de test psicológicos. No sería más que una acumulación de "pruebas circunstanciales", con el agravante del coste y de la parafernalia clínica que implican», advierte.

La medicación

Capítulo aparte le merece la medicación, que para este catedrático consiste básicamente «en estimulantes, que pueden mejorar la atención y la concentración, pero que no quiere decir que corrijan las presuntas causas del trastorno. Los estimulantes producen el mismo efecto con o sin TDAH, como saben los estudiantes que toman anfetaminas para los exámenes y quienes toman café y bebidas energéticas. Por tanto la medicación para el TDAH, tanto para niños como adultos, no es propiamente un tratamiento específico, sino un dopaje que, da la casualidad, se define como la administración de fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento».

Efectos y consecuencias a largo plazo

Especialmente grave es el hecho en niños, concluye. «Aunque los padres y profesores refieren maravillas del niño TDAH bajo medicación y los adultos se sientan también muy mejorados, quedan por ver dos cuestiones. Una es si la mejora de la atención y la concentración no será a costa de disminuir el interés, la curiosidad y la espontaneidad, en vez de una “mejora” de la personalidad». La segunda cuestión, finaliza Marino Pérez, tiene que ver con los efectos y consecuencias a largo plazo. «De los efectos a largo plazo en adultos no se sabe, por estar prácticamente empezando la “campaña”. Pero a juzgar por lo que se sabe de los efectos y consecuencias a largo plazo en niños, derivado de estudios de 6, de 14 y hasta de 17 años de seguimiento, se puede decir que la medicación está asociada a un peor rendimiento escolar y a más trastornos emocionales y otros problemas conductuales, no a menos».
 
 

 


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