lunes, 22 de julio de 2013

Nada es bueno ni malo. Todo es como es.

Nada es bueno ni malo. Todo es como es.
 
Isabel S. Larraburu, autora del libro Atención Plena, psicóloga, licenciada por la Universidad de Barcelona.
 
 
Si quieres conocer tu vida pasada, contempla tu estado presente; si quieres conocer tu vida futura, contempla tus acciones presentes.
PADMASAMBHAVA.
 
Puedes seguir siendo cristiano, judío, musulmán o hindú. Para ser un meditador no tendrás que cambiar de religión ni hacerte monje budista. Es el destino de todos nosotros enfrentarnos a la realidad de la enfermedad universal del sufrimiento. Y como es una dolencia universal, el remedio ha de ser universal, no un recurso sectario para unos pocos. Cuando sentimos ira, no se trata de una ira budista, hinduista o cristina. La ira es ira para todos los seres. Cuando de resultas de esta ira nos sentimos agitados, la agitación no es una agitación cristiana, judía o musulmana. Si bien es cierto que nos referiremos con frecuencia a la filosofía budista e incluso a aspectos espirituales de la meditación, es importante que quede bien claro que la meditación atenta es un proceso psicológico, un entrenamiento mental que persigue el desarrollo de una nueva manera de percibir la realidad. Con ella se aprende a mirar a través de la niebla del autoengaño, los prejuicios, los conceptos y todo aquello que obstaculiza el conocimiento desnudo de las experiencias vitales. La idea primordial es ver las cosas correctamente y ser libres para ser, sin sentirnos influidos por situaciones externas ni internas. Poder mirar, observar y entender con maestría. Llegar a comprender los hechos, a uno mismo y a los demás de un modo real. Esto implica no imponer las ideas particulares sobre la vida, ya que si nos fundamos en nuestras propias definiciones, percibiremos todo de acuerdo a esas categorías y no entenderemos la realidad. Ver las cosas y a las personas desde nuestros conceptos previos comporta el riesgo de distorsionar lo que es real.

La meditación atenta es una actividad viva, empírica y experimental; no teórica ni sectaria. La autoobservación puede ser practicada por cualquier persona sin exclusiones.
 
Según la filosofía budista, el ser humano parte de una insatisfacción básica que va esquivando con la persecución del placer y la evitación del dolor. Mientras hace estos malabares nunca logra serenarse porque la vida es un cambio constante: todo lo que se inicia se termina, todo lo que surge desaparece, pero también hay que saber que todo lo que se extingue vuelve a florecer de otra forma. Para que haya nacimiento tiene que haber algún tipo de muerte. Es habitual resistirse a esta realidad porque no terminamos de hacernos a la idea de que todo está sometido a un flujo imperturbable. Si hay algo que es permanente en nuestra existencia, es el flujo, el cambio. Únicamente. Es una ley universal.
 
Los mecanismos típicamente humanos para seguir la tortuosa carretera de la vida son intentar congelar las imágenes de los momentos "buenos" y escapar de aquellos que consideramos "malos". Pero, ¿de qué deducimos que son buenos o malos? De la idea preconcebida de que unas cosas tienen que suceder y otras no. De la no aceptación de la realidad tal como es. De no querer aceptar que lo "malo" existe y de desear que solo ocurra lo "bueno".
 
Pero aunque nos rebelemos contra esto, los ideales no son más que teorías y conceptos y la vida es bastante más compleja que los "diseños" y "planos" que solemos fabricar. La vida es caleidoscópica, y cuanto antes lo aceptemos, mejor iremos. De ahí que el budismo hable del apego o aferramiento como causa del dolor. Aquello que consideramos "malo" lo negamos, lo rechazamos y no queremos verlo. Defendemos la ilusión engañosa de que podemos escapar de algo que está dentro de nosotros, como la tristeza, la rabia o los celos. De la resistencia que ejercemos ante las propias emociones surgen la frustración y la infelicidad.
 
¿Y los momentos neutros? Esos se suelen ignorar por completo en el vértigo de los acontecimientos. Se suele saltar de objetivo en objetivo sin mirar la carretera. ¿Para qué fijarnos en las flores del camino si estamos persiguiendo un codiciado estímulo que anticipamos que nos dará intenso placer? ¿Para qué detenernos en la pena de la pérdida si nos la podemos ahorrar con alguna distracción? Como resultado llevamos una existencia patética que va de la tristeza a la euforia, pasando inadvertidas casi el noventa por ciento de las experiencias. A partir de nuestras opiniones y juicios negativos o positivos somos cautivos de nuestros deseos o aversiones, huyendo del látigo y tratando de alcanzar la zanahoria.

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