viernes, 22 de enero de 2016

¿Quién muere? - Stephen Levine


¿Quién muere?

Emocionante texto de Stephen Levine sobre la vida, la muerte y la auto – observación. Levine aporta una visión conmovedora, expresada desde lo más profundo del corazón.
Vamos por la vida pretendiendo ser reales. Desde cada esquina nos repiten que se espera que seamos “buenos ciudadanos”, que seamos alguien de mérito. Nos sentimos aliviados porque nadie parece darse cuenta de que apenas existimos, de que somos únicamente un pensamiento aquí y allá, con algunos sentimientos que flotan a través suyo, unos pocos marcos de recuerdos de colores marchitos por el tiempo, un cosquilleo en la yema de los dedos, un desconcierto de deseos y creencias enfrentados. Y seguimos bravamente fingiendo, sin podernos creer que nadie se dé cuenta de nuestro ardid. Personificamos lo que imaginamos que debe ser un ser humano “sólido” y seguimos adivinando y fijándonos en los otros actores. Todos nos parecen más reales que nosotros mismos, con lo que en medio de nuestro conflictivo condicionamiento nos preguntamos cómo este revoltijo tan indómito va a hacer frente a la muerte, y mucho más a lo que hay después de la muerte.
Tememos no ser lo suficientemente reales para morir, así que empezamos a investigar lo que realmente debería ser la vida. Nos volvemos hacia dentro y, como principiantes absolutos, sin dar nada por supuesto ni aceptar nada de segunda mano, entramos en el flujo de nuestra conciencia para ver quién está pensando todo esto y quién es el que observa.
Y nos dedicamos a examinar todo como el científico ideal con su mente perfecta de “no sé”, sin ideas preconcebidas, abiertos a cualquier posibilidad y siendo completamente vulnerables a la verdad. Una de las primeras creencias con la que nos topamos es que la única razón por la que imaginamos que morimos es porque estamos convencidos de que hemos nacido. ¡Pero no podemos fiarnos de lo que solo sabemos de oídas! Tenemos que descubrirlo nosotros mismos ¿Hemos nacido? ¿O tal vez nació únicamente el vaso en el que reside momentáneamente nuestra eternidad? ¿Qué es lo que nació? ¿Y quién muere?
Cuando miramos el contenido de la conciencia por la que nos definimos, descubrimos que nada dura mucho tiempo. No hay pensamiento que hayamos tenido y que no tuviera su principio, su desarrollo y su final. Todo lo que hay en la conciencia está constantemente muriendo y volviendo a nacer. Un pensamiento se disuelve en otro. Un sentimiento evoluciona hacia el siguiente. Parece que nada es permanente, que no hay nada que no esté muriendo en este momento. Y en medio de esa impermanencia nos preguntamos si hay algo lo bastante permanente para sobrevivir a la muerte.
La vida dura tan solo un instante. Luego surge un instante nuevo y se disuelve en el flujo. Vivimos nuestra vida momento a momento sin saber qué es lo que nos traerá el instante siguiente. Pero entonces algo capta nuestra atención. Nos damos cuenta de que todas las experiencias de nuestra vida han sido impermanentes, excepto una. Que hay una espaciosidad que no cambia en la que flotan todos nuestros cambios. ¿Cómo hemos podido pasar por alto lo que es tan obvio? Desde el momento en que somos conscientes de que somos conscientes, ya sea al mamar, o en el útero materno, o anteayer, ha habido algo constante a pesar de cualquier otra cosa que sucediera. Ha habido una sensación consistente de simplemente ser. No ser “esto” o “aquello”, sino la esencia en la que no podemos evitar que desaparezcan nuestros apreciados estos y aquellos. De hecho, esta sensación subyacente de ser, está presente como nosotros mismos, y no cambia desde el nacimiento hasta la muerte. Es el zumbido constante de ser en nuestras células siempre cambiantes. Cuando miramos directamente a esta sensación de ser, cuando entramos en ella, cuando nos instalamos cómodamente en su interior, descubrimos que es infinita. Si nos preguntamos si esta sensación de ser tiene un comienzo y un final, si nació y es capaz de morir, sólo podemos responder que es posible que hayamos estado antes muy mal informados sobre la naturaleza inmortal de nuestra esencia, que las noticias de nuestra muerte han sido considerablemente exageradas, como decía Huckleberry Finn.
No trate de ponerle ningún nombre: sólo serviría para desencadenar otra guerra santa. Por eso algunos la llaman lo Innombrable. Es pura atención antes de que la conciencia empiece a agitarse. Es el espacio que hay entre los pensamientos. Es el océano en el que flotan nuestras pequeñas burbujas. Es lo que no tiene forma y de quien depende la forma, lo inmortal que muere una y otra vez para demostrar que nunca muere.
Nos han enseñado que necesitamos nuestro cuerpo para existir, pero es justamente al contrario. Cuando quienes realmente somos se despide de quien pensamos que somos, el cuerpo se colapsa y se convierte inmediatamente en un residuo del que hay que deshacerse. Es lo más avanzado en lo que se refiere a la conservación natural, en la que se desecha el contenedor, pero se recicla el contenido.
Todo lo que puede morir, muere. Lo que no puede morir, no muere. Descubra usted mismo cómo aplicar la enseñanza de todos y cada uno de los aspectos del ser y cómo integrar el conjunto en un corazón que se preocupa y que sirve. Lo que es impermanente produce compasión. Lo que no lo es, produce sabiduría.
¿Qué le hace creer que nació y qué le hace creer que morirá? Observe estos pensamientos con cuidado y vea la enormidad en la que se despliegan.
Nos hemos vuelto locos buscando un centro sólido que no existe. Nuestro centro es el vasto espacio. No hay nada que muera y nada sobre lo que pueda dejar su sombrero.

No hay comentarios:

Publicar un comentario