8 DE CADA 10 PACIENTES CON DEPRESIÓN ABANDONA LA MEDICACIÓN
Infocop 25/03/2011
El 78% de los pacientes con depresión
abandona el tratamiento farmacológico antes de tiempo. Ésta es una de
las conclusiones de un estudio publicado en la revista European
Psychiatry y realizado en España, con una muestra de 7.525 pacientes.
El estudio ha sido llevado a cabo por un
equipo de investigadores del Instituto Catalán de Salud (ICS) y del
Instituto de Investigación en Atención Primaria (IDIAP) Jordi Gol de
Lleida, con el objetivo de evaluar la adherencia de los pacientes al
tratamiento farmacológico de la depresión, así como los aspectos
asociados al abandono del mismo. Para ello, y durante un período de 3
años, los investigadores realizaron un seguimiento del cumplimiento de
la medicación a los pacientes que comenzaban un tratamiento
antidepresivo.
De los datos obtenidos en el estudio, se
observa que apenas un 22% de los pacientes evaluados consiguió mantener
el tratamiento durante el período recomendado (esto es, un mínimo de 6
meses), mientras que la mayor parte (el 78%) abandonó el tratamiento
antes de cumplir ese plazo, siendo el porcentaje de abandono más alto
durante los primeros cuatro meses. Se observó también que los hombres
presentaban más riesgo que las mujeres de abandonar el tratamiento
farmacológico de manera temprana, ya que el 50% de los hombres manifestó
haber dejado la medicación después de dos meses y el 50% de las mujeres
después de tres meses.
Los resultados de esta investigación –
con un porcentaje de abandono del tratamiento antidepresivo del 78% de
los casos -, ponen en entredicho el modelo asistencial que se presta
habitualmente en nuestro país, excesivamente medicalizado y
biologicista, y donde no se tiene en cuenta la participación del
paciente en la toma de decisiones sobre su tratamiento.
Una tasa de abandono tan elevada
cuestiona gravemente, además, la pertinencia de esta estrategia de
intervención (el tratamiento farmacológico) como el abordaje de primera
línea para la depresión. Más si cabe, si tenemos en cuenta que existen
otras alternativas, como el tratamiento psicológico y, en concreto, la
terapia cognitivo-conductual, que ha demostrado una eficacia igual o
superior para el tratamiento de la depresión y que supone menos riesgos
para la salud y menos efectos secundarios – véanse los recientes meta
análisis de Kirsch (2008), Khan (2002) y Fournier (2010).
Como ejemplo práctico, en el Reino
Unido, uno de los países que ha sido pionero en la introducción de la
intervención psicológica para los pacientes con problemas de salud
mental (ansiedad y depresión) en Atención Primaria, los estudios
publicados muestran que el éxito de estas intervenciones supera con
creces al abordaje tradicional. Así, de acuerdo a los últimos datos
publicados en la revista British Journal of Clinical Psychology,
de un total de 2017 pacientes que participaron en los programas de
intervención psicológica, tan solo 319 abandonaron el tratamiento, lo
que supone el 15% del total. Entre los beneficios de la terapia
psicológica, los autores señalan la eficacia en la reducción de síntomas
asociados a los problemas de ansiedad y depresión, la disminución del
riesgo de recaída de estos pacientes, el mantenimiento de los resultados
a largo plazo y las altas tasas de recuperación alcanzadas, evitando la
cronificación del trastorno y disminuyendo, consiguientemente, el
número de visitas al médico (Richards y Syckling, 2009).
Las conclusiones de estos estudios, en
su conjunto, ponen en evidencia que es imprescindible tener en cuenta la
naturaleza biopsicosocial de los trastornos mentales para el diseño de
las estrategias de atención sanitaria, de tal manera que dichas
estrategias no se dirijan necesariamente hacia la medicalización, sino
hacia la respuesta terapéutica que, sobre la base de la evidencia
empírica, demuestre mayor eficacia y eficiencia. Sin embargo, para ello
es necesario el establecimiento de un compromiso político que permita
optimizar la calidad de la atención que se presta y que se proponga
frenar las graves repercusiones que supone una mala gestión y asistencia
de las personas con enfermedad mental, tanto para los propios afectados
(riesgo de recaída, cronificación del problema, aumento de visitas al
médico, etc), como para el sistema sanitario y la economía del pa
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