LA CAÍDA DEL IMPERIALISMO FARMACOLÓGICO EN SALUD MENTAL
En
nuestro centro estamos trabajando en la línea de "despatologizar" el
malestar o el sufrimiento humano . Ofrecemos alternativas al abuso del
uso de los psicofarmacos , mediante el uso de la homeopatía, los
complementos, y el cambio de hábitos alimentarios y de comportamiento .
En
los últimos años se han sucedido una serie de hechos que han puesto en
entredicho la validez de la teoría que reduce la explicación de los
trastornos mentales a simples desequilibrios bioquímicos, así como ha
aumentado el número de voces que advierte sobre el peligro de que la
industria farmacéutica haya acumulado demasiado poder e influencia a la
hora de determinar qué es lo que puede considerarse enfermedad mental y
cómo tratarla.
La cuestionable eficacia de los antidepresivos y los anti psicóticos, junto a sus efectos adversos, y la creciente e imparable expansión de categorías diagnósticas en salud mental con cada nueva edición del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, considerado una de las “Biblias” de la Psiquiatría y una de las principales fuentes de ingresos de la organización) son debate de actualidad en foros científicos y periódicos de gran alcance.
La cuestionable eficacia de los antidepresivos y los anti psicóticos, junto a sus efectos adversos, y la creciente e imparable expansión de categorías diagnósticas en salud mental con cada nueva edición del DSM (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría, considerado una de las “Biblias” de la Psiquiatría y una de las principales fuentes de ingresos de la organización) son debate de actualidad en foros científicos y periódicos de gran alcance.
Según
el modelo en el que se fundamenta la terapia farmacológica actual de la
enfermedad mental, y por ende, la práctica de la psiquiatría, los
trastornos mentales vienen determinados biológicamente (obedecen a
desequilibrios de determinados neurotransmisores cerebrales) por lo que
su tratamiento debe establecerse sobre la base de la administración de
ciertos psicofármacos que corrijan estas desviaciones. El auge de esta
explicación de la enfermedad mental, que condicionó en el tiempo con la
introducción de los primeros psicofármacos en el mercado, en la década
de los 50, y se consolidó con la aparición del Prozac en los años 80, ha
venido acompañado de un vertiginoso aumento del número de diagnósticos
de trastornos mentales. Las cifras hablan por sí solas: el número de
personas que consume anti depresivos se ha triplicado en tan solo 10
años y la nueva generación de anti psicóticos – Risperdal, Zyprexa
(olanzapina) o Seroquel (quetiapina) – se ha convertido en líder de
venta mundial, por encima de cualquier otro fármaco para tratar
dolencias o enfermedades físicas.
Inmersa
en esta imparable carrera de la psicofarmacología, la sociedad ha
aceptado confiadamente depositar su salud mental en manos de la
industria farmacéutica. Sin embargo, unos cuantos visionarios están
haciendo tambalear las premisas sobre las que se sustenta esta
conceptualización de la enfermedad mental, dedicando sus años de
investigación a responder cuestiones fundamentales, como si los
psicofármacos realmente funcionan, qué consecuencias puede tener este
elevado consumo de medicamentos en nuestro organismo, o si, por el
contrario, su proliferación obedece a otros intereses.
Dentro
de este conjunto de voces críticas se encuentran prestigiosos
investigadores procedentes de muy diversa ramas, como la psicología, la
psiquiatría, la antropología, la biología, la química o el periodismo,
quienes, a través de diferentes pruebas y argumentaciones, comparten una
misma conclusión: la necesidad de dar un giro en la atención que se
presta en salud mental, dado que el modelo teórico que explica los
trastornos mentales únicamente como un desequilibrio químico cerebral
que hay que subsanar no se sostiene y puesto que recientes
investigaciones evidencian que los psicofármacos no funcionan tan bien
como se ha hecho creer, e incluso, es más, pueden resultar muy
perjudiciales.
Uno de los principales críticos al modelo farmacológico en salud mental es precisamente un psiquiatra estadounidense: Daniel Carlat. En su obra titulada Unhinged:
The Trouble with Psychiatry – A Doctor´s Revelations About a Profession
in Crisis (Los trastornados: El problema con la Psiquiatría – las
revelaciones de un médico relacionadas con una profesión en crisis),
explica los intereses (no precisamente científicos) que impulsaron el
cambio en la conceptualización de los trastornos mentales hacia un
modelo exclusivamente bioquímico y habla sin tapujos sobre la poderosa
alianza entre la psiquiatría y las compañías farmacéuticas, aportando
esclarecedores datos al respecto (más información en: www.infocop.es/view_article.asp?id=3844).
Esta
creciente intromisión de la industria farmacéutica en el quehacer de la
psiquiatría ha levantado el recelo de un amplio grupo de profesionales
del ámbito de la salud mental. Un artículo publicado el pasado mes de
marzo en la conocida revista PLoS Medicine destapaba la
existencia de graves conflictos de intereses entre muchos de los
expertos que trabajan en la elaboración de la nueva versión del DSM
(DSM-V) con industrias farmacéuticas o empresas afines (ver en: www.infocop.es/view_article.asp?id=3912). Al mismo tiempo, un grupo de psicólogos y psiquiatras del Reino Unido publicaba un polémico artículo en la revista The Guardian
criticando la imparable ampliación de categorías diagnósticas prevista
para el DSM-V y advirtiendo de las graves consecuencias que podría tener
para los miles de personas que iban a ser etiquetadas como “enfermos
mentales” a causa de comportamientos que, en realidad, no tienen nada de
patológico. Fruto de estas críticas y de una importante campaña de
recogida de firmas se ha conseguido que algunas de las nuevas propuestas
diagnósticas más controvertidas no sigan adelante (ver en: www.infocop.es/view_article.asp?id=4005&cat=5).
En
medio de esta polémica, diversos estudios científicos han puesto en
duda la eficacia asociada a los antidepresivos y anti psicóticos de
segunda generación. En primer lugar, Irving Kirsch y su equipo de investigación, al que infocop tuvo la ocasión de entrevistar hace un par de años (ver entrevista: www.infocop.es/view_article.asp?id=1839),
han sido los artífices de una prometedora y provocadora línea de
investigación que ha revolucionado la interpretación de los resultados
de la literatura científica en depresión. Sus estudios ponen de
manifiesto que, en comparación con el placebo, la eficacia de los
fármacos antidepresivos es prácticamente inexistente en los casos de
depresión ligera, moderada e incluso grave – evidencia que ha sido
avalada también por otros equipos de investigación, como el de Khan (2002) o el de Fournier
(2010)-. Es más, tal y como demuestra el equipo de Irving Kirsch, la
eficacia de los antidepresivos no se debe a un efecto de su mecanismo de
acción sobre el nivel de serotonina, sino al efecto que causa la
expectativa que tiene el paciente de mejorar cuando asume que está bajo
un tratamiento supuestamente eficaz, ya que, según demuestra su
investigación, los antidepresivos no son más que otro tipo de placebo
con efectos secundarios muy notables (más información en: www.infocop.es/view_article.esp?id=3842).
Asimismo, un reciente artículo realizado por el equipo de Erick H. Turner y publicado también en la revista PLoS Medicine,
advierte que la aparente efectividad clínica de los fármacos anti
psicóticos de segunda generación puede estar influida por el denominado
sesgo de publicación, que consiste en la tendencia a la publicación
selectiva de ensayos clínicos favorables en revistas científicas, en
detrimento de los ensayos que no han obtenido dichos resultados. Los
autores del trabajo señalan con preocupación que no se está aportando
toda la información a la comunidad científica, ni con la precisión que
se requiere, a pesar de la trascendencia que tiene a la hora de
determinar las decisiones clínicas en el tratamiento de las personas
afectadas, sembrando de nuevo la duda sobre los intereses que hay detrás
de los ensayos clínicos, subvencionados, en su inmensa mayoría, por las
propias industrias farmacéuticas.
De hecho, dos importantes laboratorios de EE. UU. fueron sancionados con multas millonarias por “publicidad engañosa”.
Por un lado, la empresa Abbott se enfrenta a una multa de 1.600
millones de dólares por promover un medicamente estabilizante del estado
de ánimo (Depakote) para usos no aprobados, incluido el tratamiento de
la esquizofrenia, la demencia y el autismo, a pesar de la ausencia de
pruebas científicas sobre su seguridad y eficacia. Por otro lado, el
pasado mes de abril, la compañía farmacéutica Johnson & Johnson
(J&J) ha sido sancionada con una multa de más de 1.100 millones de
dólares por ocultar los riesgos del anti psicótico Risperdal, según ha
sentenciado un juzgado de Arkansas.
Otros
investigadores llegan incluso más lejos en sus conclusiones acerca de
la utilización de psicofármacos, advirtiendo que tanto los
antidepresivos como la mayoría de los fármacos psicoactivos no son sólo
ineficaces, sino perjudiciales. Esto es lo que ha demostrado un equipo
de investigación liderado por el biólogo evolutivo Paul Andrews,
tras analizar las consecuencias del consumo de antidepresivos (cuyo
mecanismo de acción radica en aumentar el nivel de serotonina en el
cerebro), sobre otros procesos biológicos del cuerpo humano en los que
también está involucrado este neurotransmisor, como la digestión, la
coagulación de la sangre, la reproducción o el crecimiento. Los
resultados de este estudio, publicado en la revista Frontiers in Psychology,
establecen que los riesgos asociados al consumo de estos fármacos (y
entre los que se encuentra el riesgo de accidente cerebrovascular y
muerte prematura en personas mayores) no compensan los supuestos
beneficios que puedan tener sobre el estado de ánimo (ver en: www.infocop.es/view_article.asp?id=3969).
Esta misma línea de argumentación es defendida también por Robert Whitaker, quien en su obra titulada Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psyquiatric Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in América
(Anatomía de una epidemia: panaceas, psicofármacos y el impactante
ascenso de la enfermedad mental en EE. UU.), pone de manifiesto que
después de décadas de investigación, los resultados científicos
evidencian que la teoría del desequilibrio químico para explicar las
enfermedades mentales no se sostiene. Es más, según establece Whitaker,
basándose en los resultados de técnicas de neuroimagen en pacientes con
trastorno mental en tratamiento farmacológico: “Antes del inicio del
tratamiento farmacológico, los pacientes diagnosticados de
esquizofrenia, depresión o cualquier otro trastorno psiquiátrico no
presentan estos famosos desequilibrios químicos. Sin embargo, una vez
que una persona inicia el tratamiento farmacológico, que de una manera u
otra abre una llave en la mecánica habitual de la transmisión neuronal,
su cerebro empieza a funcionar de manera anormal”. Es decir, que es
el consumo a largo plazo de fármacos psicoactivos el que da lugar a un
daño irreparable en el cerebro, provocando una atrofia cerebral y no al
revés (para más información ver: www.infocop.es/view_article.asp?id=3843).
A
partir de las conclusiones establecidas por todos estos investigadores,
la validez del modelo farmacológico que impera en nuestros días para
tratar los trastornos mentales es, cuanto menos, muy cuestionable. En
contrapartida, y si tenemos en consideración la evidencia científica de
los últimos años, la terapia psicológica y, específicamente, la terapia
cognitivo – conductual, ha demostrado ser una alternativa más eficaz y
económica que los fármacos para el tratamiento de la ansiedad y de la
depresión y, a diferencia del tratamiento farmacológico, no supone
ningún riesgo para la salud y no presenta ningún efecto secundario
adverso. No obstante, seguimos inmersos en un modelo de atención en
salud mental excesivamente medicalizado y esta visión biologicista y
simplista de la enfermedad mental, impide que se tengan en cuenta otros
tratamientos alternativos, que sí funcionan y que, a medio y largo
plazo, no suponen un incremento de la carga presupuestaria.
Para
profundizar en el análisis de éstas y otras cuestiones y dado el
creciente protagonismo que están alcanzando estas voces críticas, Infocop cuenta, en la sección de En Portada, con la participación de dos expertos de nuestro país. En primer lugar, Marino Pérez Álvarez,
psicólogo especialista en Psicología Clínica y catedrático de
psicología del Departamento de Psicología de la Universidad de Oviedo,
ofrece una aguda reflexión sobre las implicaciones del modelo
biologicista aplicado a la salud mental. En segundo lugar, Héctor González Pardo,
profesor titular de la Universidad de Oviedo y miembro del Instituto
Universitario de Neurociencias del Principado de Asturias (INEUROPA),
proporciona una interesante selección de investigaciones que dan cuenta
de la verdadera acción de los psicofármacos (específicamente de los
antipsicóticos) sobre el sistema nervioso.
Referencias:
I Kirsch (2010). The Emperor´s New Drugs: Exploding the Antidepressant Myth. Basic Books.
R.
Whitaker (2011). Anatomy of an Epidemic: Magic Bullets, Psychiatrict
Drugs, and the Astonishing Rise of Mental Illness in América. Crown.
D. Carlat (2010). Unhinged: The Trouble with Psychiatry – A Doctor´s Revelations About a profession in Crisis. Free Press.
E.
H. Turner, D. Knoepflmacher y L. Shapley (2012). Publication bias in
antipsychotic trials: an analysis of efficacy comparing the published
literature to the us food and drug administration data base. PLos Med 9
(3): e 1001189.doi:10.1371/journal.pmed.1001189.
Paul
W. Andrews, J. Anderson Thompson, Ananda Amstadter, Michael C. Neale.
Primum Non Nocere: An Evolutionary Analysis of Whether Antidepressants
Do More Harma than Good. Frontiers in Psychology, 2012; 3. Doi:
10.3389/fpsyg.2012.00117.
Khan,
A., Leventhal, R. M., Khan, S. R., Brown, W. A. (2002). Severity of
depression and response to antidepressants and placebo: an analysis of
the Food and Drug Administration database. Journal of Clinical
Psychopharmacology, 22, 1, 40-45.
Fournier,
J. C., DeRubeis, R. J., Hollon, S. D., Domidjian, S., Amsterdam, J. D.,
Shetlon, R. C. y Fawcett, J. (2010). Antidepressant drug effects and
depression severity. A patient-level meta-analysis. Journal of American
Medical Association, 303, 1, 47-53.
Infocop 20/06/12
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