lunes, 2 de septiembre de 2013

La mente

Isabel S. Larraburu, autora del libro Atención Plena, psicóloga, licenciada por la Universidad de Barcelona.

Si el elefante de la mente se ata por todas partes con la soga de la presencia mental absoluta, todo temor desaparece y llega la completa felicidad. Tanto los enemigos (tigres, leones, elefantes, osos y serpientes) de nuestras emociones como los guardianes del infierno (los demonios y los temores) quedarán atados por el demonio de la mente. Dominando esta única mente todos quedan sometidos al mismo tiempo, porque de ella misma provienen todos los miedos y penas.

SHANTIDEVA

En términos occidentales, Gautama o Buda es sin duda el más “científico” de todos los maestros espirituales. El camino que descubrió tras iluminarse a los treinta y seis años y que enseñó incansablemente durante otros cuarenta y cinco hasta su muerte, es el más “racional” de todos los sistemas que hemos heredado.


Lo que hizo Buda fue observar con atención y ecuanimidad total la conciencia humana a través de su propia conciencia. Es decir, se observó a sí mismo hasta llegar a conocerse. A partir de dicha observación desarrolló, entre otras cosas, un modelo de mente que consiste en un proceso secuencial de información basado en cuatro funciones principales: conciencia, percepción, sensación y reacción. Hablando en términos de la psicofilosofía budista, la mente reside en todas y cada una de las partículas atómicas del cuerpo. Siempre que se siente, la mente está presente. La mente es la que siente. Como occidentales tendemos a creer que la mente está en el cerebro, no obstante, el cuerpo en su totalidad contiene la mente.

El primer proceso, la conciencia, es la parte receptiva de la mente, el acto de atención indiferenciada. Solo registra la ocurrencia de los fenómenos, la recepción de un estímulo físico o mental. Se toma nota de los datos en bruto de la experiencia sin asignar etiquetas ni hacer juicios de valor.

El segundo proceso es la percepción, el acto de reconocer. Su función es identificar todo aquello que se ha recogido por medio de la conciencia. Con eso se distinguen, etiquetan y categorizan los datos y se hacen evaluaciones, tanto positivas como negativas.

Es siguiente paso es la sensación. En el momento en que se reconoce un dato, surge la sensación, la señal de que algo está sucediendo. Mientras el estímulo no se evalúa, la sensación se mantiene neutra. Pero una vez que se adscribe un valor al dato entrante, la sensación se transforma en placentera o desagradable, dependiendo de la evaluación.

Si la sensación es placentera, se va transformando la reacción, el deseo de prolongar e intensificar la experiencia. En cambio, si la sensación no complace, la reacción tiende a pararla o a alejarla. La mente reacciona con atracción o aversión. Por ejemplo, cuando percibimos un sonido, la conciencia está funcionando. Si se reconoce como palabras, con connotaciones positivas o negativas, le percepción ha empezado a actuar. Acto seguido viene la sensación. En caso de que se trate de insultos, se activa una reacción de aversión. Si, al contrario, se trata de elogios, la mente se siente satisfecha y queda deseando más.

Estos procesos se suceden siempre que cualquiera de los sentidos es activado: conciencia, percepción, sensación y reacción. Cada vez que los sentidos entran en contacto con un objeto, los cuatro procesos se suceden a la velocidad del rayo y se repiten sucesivamente. Esto ocurre de un modo tan vertiginoso que, con frecuencia, ni somos conscientes de que esta sucesión está ocurriendo. De este modo, todas las reacciones se acomodan y almacenan en la memoria y esta, a su vez, contribuye a generar reacciones más y más automáticas. Posteriormente la percepción utiliza información pasada y acumulada para conocer y evaluar los fenómenos nuevos. Este mecanismo cerebral de ahorro de tiempo y esfuerzo es el responsable de que la visión del presente esté condicionada por contenidos del pasado. De ahí que sea tan difícil escapar al sufrimiento. Vemos lo nuevo con ojos del pasado. Contaminamos el presente con el pasado y, lo peor de todo, ni nos damos cuenta.

En palabras de Jiddu Krishnamurti, “el conocimiento es el residuo de la experiencia, de la información acumulada de la raza, de la sociedad, de la ciencia. Toda la acumulación del esfuerzo humano como experiencia, científica o personal, es conocimiento. El conocimiento psicológico, el conocimiento de que quiero esto, de que he experimentado esto, de que creo en esto y de que esta es mi opinión. Todos los residuos psicológicos de las experiencias de uno y de las experiencias de la humanidad almacenadas en la memoria forman el pensamiento y este siempre es limitado. Por eso, cualquier acción nacida de él tiene que ser inevitablemente limitada, no armoniosa, contradictoria, divisiva y conflictiva…. Esto es lo que entendemos por conocimiento psicológico. Por ejemplo, he acumulado psicológicamente una gran cantidad sobre mi esposa. Esta puede ser correcta o incorrecta, dependiendo de mi sensibilidad, de mi ambición, codicia, envidia o expectativas, cosas que dependen de mi actividad mental propia. Este conocimiento limita la observación real de la persona, que es un ser vivo. Evito enfrentarme a ese ser vivo porque tengo miedo. Es mucho más seguro tener una imagen de esa persona que ver a la persona real”.

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